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COLECCIONISTA DE AMANTES

Mi nombre es Bibiana, pero mis amigos me llaman Bib, es una horterada lo sé, pero suena sensual y yo soy todo sensualidad. Tengo treinta y nueve años, mido un metro setenta, pelo teñido de color chocolate, mejillas encendidas de pasión, ojos verdes como yo, labios hambrientos de besos, medidas perfectas y personalidad alegre, juguetona y llena de vida. Amante de la soltería y de todo el que esté dispuesto a pasar un buen rato. Trabajo organizando eventos, fiestas y celebraciones, lo que me permite conocer a gente muy diversa.

Empecé este diario para conmemorar mi cuarenta cumpleaños que será en seis meses. La idea surgió el día que mis amigas encontraron inverosímil, incluso escandaloso, que me hubiera acostado con tantos hombres que había perdido la cuenta. Pues sí, soy promiscua, ¿y qué? Me gusta el sexo, los hombres, estoy soltera y de muy buen ver.

En fin, que he decido recapitular en una especie de diario a todos y cada uno de los hombres que han pasado por mi vida, también hay alguna mujer y ahí entra en juego la primera amante que tuve y la única con la que sigo manteniendo relaciones con frecuencia: yo.

No tengo conciencia del primer orgasmo que sentí y yo siempre digo que cuando nací no lloré si no que gemí al sentir mi primer orgasmo. Desde niña me daba mucho gustito sentarme encima de un caballo balancín de madera y moverme despacio de un lado a otro, friccionando el sillín de piel con mi sexo: izquierda, derecha, izquierda, derecha, adelante y atrás. La agitación se apoderaba de mí mientras cabalgaba a galope hasta que sentía una explosión y cómo palpitaba mi chirla, que era así como la llamaba mi madre. Con el tiempo el caballo se quedó pequeño y mi abuelo los iba haciendo a mi medida hasta que cumplí los doce años. Entonces comprendí que allí, entre mis piernas, ocurría algo especial y que no debía compartirlo con los mayores. Así fue como empecé a mantener mi relación, conmigo misma, en privado. Durante los primeros años no me atrevía a tocar mi sexo y encontré formas de estimularlo: como la fricción con las piernas, la esquina del colchón, el agua a presión de la ducha y usando a escondidas mi último caballo de madera, que, por cierto, aún conservo y lo tengo en mi dormitorio para dejar la ropa.

Al cumplir los dieciséis, una noche que me miré desnuda frente al espejo de mi dormitorio. Tenía mucho culo, poco pecho y cintura de niña, pero sentí curiosidad de saber cómo funcionaba exactamente la vagina, qué aspecto tenía y por dónde se suponía que debía entrar el pene. Con un espejo de mano pasaba las horas estudiando cada pliegue, cada recoveco y cada curva, acababa húmeda y excitada hasta que un día encontré el botón mágico. Jamás había sentido un orgasmo igual y quedé fascina con lo poderoso que podía ser algo, en apariencia, insignificante: el clítoris.

La curiosidad me llevó a leer artículos sobre el clítoris y el punto G, vi numerosas películas porno y cada vez me sentía más fascinada con aquel mundo de perversiones que me hacía sentir bien, repleto de un sinfín de posibilidades y con la vida por delante para probarlas todas.

Mis primeras incursiones para encontrar el punto G fueron un fiasco y, de hecho, no lo encontré hasta que no empecé a mantener relaciones sexuales. Ahora que ya sé dónde está y cómo explotarlo le hago visitas diarias a la cueva profunda en la que habita, me deleito con su tacto al hincharse y baño mis dedos en sus jugos. Benditos sean los dedos que hacen que el mundo gire.

Lo que más me gusta de ser mi propia amante es que nadie conoce mejor lo que quiero y cuando lo quiero, me anticipo a mis deseos y nunca defraudo a la mujer que tengo entre manos. Lo peor es que no puedo duplicarme o tener el doble de manos, que mis brazos fueran más flexibles para rodear mi cuerpo, que mis labios llenaran de besos toda la piel, pero lo que más rabia me da es que nunca podré besar mi pubis, mi lengua no explorará las profundidades de mis entrañas, mi paladar no degustará los flujos según salen con cada sacudida del éxtasis, ver mi coño de frente y decirle: eres mío, eres perfecto y te voy a devorar.

Podéis llamarme presuntuosa y egoísta, yo digo que soy fantástica. Creo que para ser buena en el sexo hay que empezar amándose a uno mismo y así transmitir y compartir ese amor con los demás. Por eso, puedo decir que nadie me quiere más que yo, que soy impresionante follando y mi primera y mejor amante tiene nombre de mujer: Bib.

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